(Quinta novela de Francisco Javier Martín Franco)
Presentación
La ciudadela y, sobre todo, los palacios reales de la Alhambra son un monumento de estructura y consistencia frágiles; por tanto, de una muy esencial y necesaria conservación. Muchos de sus materiales (yesos, maderas, tejas -incluso los tapiales que conforman sus murallas) son de naturaleza inconsistente, dables al deterioro de los rigores del clima y otras inclemencias, las cuales asolarían partes insustituibles del monumento en no demasiados años, si se olvidara su constante mantenimiento. Pero eso sí, son materiales moldeables e idóneos para imprimir sobre ellos el arte geométrico y temporal de los andalusíes, cuyo último exponente fue el arte granadino de la dinastía nazarita.
El conjunto monumental de la ALHAMBRA pasó largos periodos, digamos que de semi-olvido (demasiados para un monumento de tal fragilidad) y, para colmo, a lo largo de los siglos sufrió además otros contingentes de auténtico peligro: como fueron dos importantes incendios y más de un terremoto…
Sin embargo, en septiembre de 1812, sucedió quizá el momento más comprometido de todos sus siglos de vida, el que más puso en peligro la integridad como monumento de la Alhambra. Sus torres, baluartes y parte de sus palacios reales, se vieron amenazas con toneladas de dinamita, dispuestas en minas explosivas por orden de los mandos franceses, cuyo ejército abandonaba la ciudad de Granada (y pronto toda Andalucía) después de casi dos años de ocupación.
El artillero de la Alhambra, no es otro que José García, cabo de inválidos del destacamento de la Alcazaba; el cual, en un acto de intuición y acción heroica, arriesgó su vida por evitar la catástrofe (así lo expresa la placa de bronce puesta en la plaza de los aljibes, a la entrada de la Alcazaba). El héroe emerge del hombre común, acomete su acción sin importarle el riesgo, sin apego a la vida y, acaso, sin saber que su individual acto va a legar a toda la posteridad un espacio artístico único en su estilo, con toda seguridad, una de las maravillas del mundo…
Zoraida, sobrina e hija adoptiva de los conserjes de la Alhambra, hermosa y audaz muchacha, tiene entregada la llave de su corazón (una llave como la que aparece grabada en la clave de la Puerta de la Justicia de la Alhambra) a su novio Miguel (Arcángel, para los compañeros de partida), un joven y bravo granadino que, como tantos otros en esos tiempos de lucha, habiendo salvado la vida y la libertad, en la última gran batalla perdida contra las tropas invasoras, pasó enseguida del ejército a la guerrilla. En este caso a la partida del aguerrido alcalde de Otívar: Juan Fernández, el Tío Caridad.
Zoraida, además de ser esa bella y enérgica muchacha, atreviéndome a usar si cabe, un lenguaje alegórico, no sería sino el símbolo del pueblo, la mujer engendradora de la historia, España misma en el maternal y doloroso alumbramiento de su redención.
Pero Zoraida es también el objeto de la lujuria del general francés al mando en Granada, Horacio Sebastiani (el general Cupido), conquistador de tierras para el Imperio de Napoleón y (como lo afirman los corros palaciegos parisinos, de donde le viene el apodo) también de damas, mejor si la más pura y hermosa, para su personal y exigente deseo.
Dos hombres en duelo (Arcangel y Sebastiani) y en medio de esa lucha, la bella Zoraida; un inválido enamorado y heroico; un jesuita clandestino (Don Eugenio, alquimista del hispano mejunje) y una España en guerra contra el francés y contra su vieja estructura; contra sí misma (antiguos absolutistas versus nuevos liberales); aunque el imperio de la revolución francesa haya de convertirse entonces en el enemigo común, paréntesis del conflicto que se desatará poco tiempo después entre esos dos bandos coterráneos enfrentados.
Como una extraña transmutación alquímica, de esa España ensangrentada, ennegrecida y enfrentada, surgirá la piedra angular del nuevo estado, un estado que desafortunadamente, como casi todos, resollaba con escaso espíritu, puestas las esperanzas en un ideario liberal y constitucional que pugnaba por vencer, y no solo en la calle, al soberano poder del antiguo régimen; sin embargo, esta sería otra historia y, no sé si también otra novela.
Con todo, El artillero de la Alhambra puede tener muchas lecturas:
Tal vez parezca una novela histórica de género, donde se narran aventuras y batallas, donde aparecen el héroe y el villano (tanto en un bando como en otro, pues en ambos de todo había) siempre en su eterna lucha por la justicia.
También es un relato muy granadino, con tintes costumbristas y naturalistas, donde sale el paisaje y el paisanaje; la pequeña sociedad católica de aquella época (una nobleza rancia y un pueblo humilde y superviviente) y asimismo la calles, las plazas y rincones de una Granada inexistente pero siempre real.
Puede leerse asimismo como un folletín decimonónico de amores frustrados, de forzadas doncelleces, de envidias, de otras maldades… Y, por supuesto, del inevitable embarazo.
También pueden leerse en ella líneas de la novela fantástica, donde el fantasma de la historia (el Gran capitán) desafía al general francés del momento (con la ballesta, arma del diablo, o con el anillo de la mismísima Juana de Arco. O donde, inapelable, actúa la justicia kármina de seres mágicos e invisibles, o de otros de carne y hueso, como los gatos amaestrados del viejo Tembleque…
Sea cual sea la lectura o las lecturas con que sintonice el lector que se aventure en esta novela, esperamos que sean gratas y que dejen acaso alguna que otra imagen para el recuerdo o la reflexión.